¡Amigo hasta la muerte!

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¡Amigo hasta la muerte![editar]

(TRADICIÓN DEL AÑO DE JUDAS)


Cuan dulce la amistad sincera
flor preciada, más rara hoy que
la del trébol de cuatro hojas en
jardines modernos.


I

Ay, no tener un amigo!

¿De qué sirve pasar una larga vida de honradez, haciendo todo bien á sus semejantes, desvelarse por sus hijos, sacrificarse por la Patria, trabajar desde venir el día por cumplir sus deberes, si al fin de la jornada no queda un amigo?

Así se lamentaba, cual otros muchos que no se lamentan, un antiguo soldado de la Provincia de Santiago, puesto en capilla (en 1813) para ser fusilado al toque de diana.

Delito de deserción se le atribuía, cuando en verdad, éste, delito de amor paternal apenas podía clasificarse.

Cierto que había salido del campamento, pero galopaba no al enemigo, ó por rehuir servicio militar; sólo daba un galopito hacia sus hijos. Para vigorizar el ejército y las escaramuzas de indisciplinados gauchos de Güemes, que magníficos guerrilleros de vanguardia estrictos eran poco en cuanto á Ordenanza, se había dado orden de que todo soldado que se alejara una cuadra del campamento fuera pasado por las armas como desertor.

Agregado á esto susceptibilidades y choques entre jefes de Divisiones que cruzaban las Provincias en marcha para el Alto Perú, y rivalidades de Borjes con Oficiales de Ocampo y Belgrano, no podían los subalternos de éste perder la oportunidad de darse el gustazo de fusilar al primer desertor ó declarado tal.

Todos los medios de solicitud hallábanse agotados. A la Comisión de notables, sigue desairada la de señoras principales, y á ésta, la de Curas y Cofradías pidiendo gracia por tan patriota y valiente soldado, como Santiago Neirot.

Pero el inflexible Jefe se mantenía en sus trece. La orden se había dado, y en capilla y confesado, con el práctico á bordo, el pobre reo liaba petates para el viaje sin vuelta. — ¡Cómo ha de ser! Suerte indina! — decía. — Lo único que siento es no dar el último abrazo á mi pobre mujercita y á mis hijos. Aunque nadie tiene la vida comprada, no era así como yo debía acabar, sino de un metrallazo al enlazar algún cañón de los maturrangos. En fin. Dios ayude á la viuda. ¡Ay, no tener un amigo...

Y en esto, interceptando la luz de la entrada cubierta con un cuero en la miserable choza, la gran silueta de un hombrazo más grande que la puerta asomó, agachándose para entrar junto al reo.

Como en la conversación repitiera éste lo antedicho, de que no sentía morir, pues que lo mismo era hoy que mañana para quien no ha hecho pacto con la pelada, sino el no poder ver á sus hijos, cuyo techo divisaba, contestóle el amigo, tan noble y abnegado como él:

— Para eso quedamos los amigos, y se me ocurre una cosa. Dígale al Padre que lo auxilia vaya á proponer al Coronel que yo me quede de personero hasta su vuelta, consintiendo ser fusilado en su lugar, caso de que no haya usted regresado á la hora. Si accede, salte en mi caballo y cumpla su deseo. A qué diablos sirven los amigos, sino para sacar de apuros en trances apurados!

Sea que le impresionara tan extraña propuesta, ó que supo el hábil sacerdote tocar el corazón del inflexible Jefe, ello es que una hora más tarde se divisaba flotando el poncho del gaucho á galope en dirección al rancho blanqueado, que á lo lejos aparecía como vislumbre de esa última esperanza.