Página:Amalia - Tomo I (1909).pdf/94

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 90 —

nos, para defenderle con ellas de la profanación & que le condenaba su padre. Pero esta débil y pequeña defensa de su rostro, no alcanzaba hasta su cabeza, y el mulato, que tenía más gana de comer que de besar, se contentó con poner sus labios grasientos sobre el fino y lustroso cabello de la joven.

—Qué bruto es Su Reverencia !—exclamó Nosas, riéndose á carcajada suelta.—Así no se besa á las mujeres. ¿Y tú? ¡bah, la mojigata! Si fuera un buen mozo, no le tendrías asco.—Y se echó un vaso de víno á la garganta, mientras su hija, colorada hasta las orejas, enjugaba con los párpados una lágrima que el despecho le hacía brotar por sus claros y vívísimos ojos.

Rosas comía entretanto con un apetito tal, que revelaba bien las fibras vigorosas de su estómago, y la buena salud de aquella organización privilegiada, en quien las tareas del espíritu suplían la actividad que le faltaba al presente.

Luego del asado, comfóse el pato, la fuente de nata y el dulce.

Y siempre cambiando palabras con Viguá, á quien de vez en cuando tiraba una tajada, acabó por dirigirse á su hija, que guardaba silencio con los labios, mientras bien claro se descubría en las alteraciones fugitivas de su semblante la sostenida conversación que sostenía consigo misma.

—¿Te ha disgustado el beso, no?

Y cómo podrá ser de otro modo? Parece que usted se complace en humillarme con la canalla más inmunda. ¿Qué importa que sea un loco? Loco es también Eusebio, y por él he sido el objeto de la risa pública, empeñado que estuvo, como lo sabe usted, en abrazarme en la calle, sin que nadie se atreviese á tocarle, porque era el loco favorito