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Mi gallo se agotaba, enredándose en las alas y la cola del giro. E inesperadamente éste se rehizo, situó a su adversario por el tacto, le dió un encontronazo que lo echó al suelo.

—¡Cincuenta pesos a mi gallo giro!

el dueño.

—¡Pago! — respondí, olvidado de mi lástima reciente.

Y el bataraz volvió sobre el golpe, fortalecido de rabia, tomó una picada, clavó las espuelas certeras en el cráneo ciego y deforme.

1 vociferó El giro se acostó lentamente, en un entumecimiento de muerte, cloqueó apenas, estiró el cuello, clavó el pico roto.

Sonó la campanilla.

Los hombres enormes entraban al redondel.

El dueño del giro alzó una masa sangrienta y blanda.

El otro acariciaba un bulto de músculos aun hirvientes de rabia.

Hacia mí se estiraban manos cargadas de billetes, también como cansados. Hice un rollo voluminoso que guardé en mi tirador y salí al corralón.

Allí lo encontré a mi bataraz, asentado todavía en la mano de su dueño, que lo acariciaba distraí1 1 1 1 1 1