Página:Don Segundo Sombra (1927).pdf/210

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página no ha sido corregida
— 208 —

cer y diversión encontrábamos en galopar atrás del vacaje cimarrón, que no se dejaba arrimar. Sin embargo, anduvimos, anduvimos.

El rodeo aumentaba de tamaño, por los animales que llegaban y porque nos acercábamos. Ya el entrevero de los balidos se hacía ensordecedor, y empezamos a notar que aquello nos absorbía como única razón de ser posible, en el gran redondel trazado por el horizonte, dentro del cual todo lo demás parecía haberse anulado.

Llegamos. Algunos paisanos rondaban el tropel asustado de animales. Otros mudaban caballo. Otros con la pierna cruzada sobre la cabezada del basto, liaban un cigarro o platicaban con tranquilidad. Los caballos sudados, con los sobacos coloreando de espolazos, o embarrados hasta la panza, delataban la tarea particular a que habían sido sometidos. Reconocía caras vistas el día anterior, observaba otras nuevas.

Contemplé el rodeo. Nunca había presenciado semejante entrevero. Debían de ser unos cinco mil, contando grande y chico. Los había de todos los pelos, todos los tamaños; pero ésto no estaba hecho para asombrarme. Lo que sí llamaba mi atención, era el gran número de lisiados de todas clases: unos por quebraduras soldadas a la buena 1 1 1 }