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momento á D. Luis, quien recobró la esperanza que ya creia perdida de poder hablar á Anita. Concedióle esta el primer rigodon, pareciéndole horas interminables los minutos que tardaron en tocarlo. Llegó por fin el momento que tanto deseaba, y dirigiéndose á la reina de la fiesta, como ya la llamaban, la dijo:―Vengo á tener el gusto de recordar á la bella Anita su promesa.

―No la habia olvidado, contestó ella, acompañando estas palabras con una graciosa sonrisa y una rápida mirada que un buen observador hubiera notado no era del todo indiferente; y tomándola él del brazo, se colocaron cerca de donde estaban sentados D. Diego y doña Leonor.

Empezóse el rigodon, y es inútil decir que durante todo él estuvo D. Luis distraido, no pensando en otra cosa que en aprovechar los momentos que el baile le permitia hablar con Anita.

―No puedo menos de confesar á V., señorita, la dijo, que nunca he disfrutado momentos mas felices que esta noche.

―En efecto, dijo ella, parece que hace poco visita V. á la señora Marquesa.

―Solo hace seis dias que tengo el honor de conocerla.

―Entonces ignorará V. cuan envidiable es ese honor. Muy pronto conocerá V. la dulzura de su trato y cuan síncera es su amistad.

―Esta noche me he convencido de ello, dijoël, porque veo que proporciona la dicha de ver á una jóven encanta, dora, por la que hace tiempo palpita mi corazon.