Página:El Cardenal Cisneros (11).djvu/8

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período de oscurecimiento, viene á ser como el centro de gravitacion de la política europea, pesaba en aquella edad de una manera irresistible en los destinos de los pueblos. Veía Cisneros síntomas de inteligencia entre el Rey de Francia y el Pontífice, habia sabido que éste habia concedido á aquel la presentación de las iglesias de su reino y otorgándole permiso para predicar la cruzada, cuando no tenía guerra con infieles, al propio tiempo que la negaba á los Españoles, que en cierto modo la manteníamos constante con ellos en tierra de África y por las aguas del Mediterráneo, de suerte que sobre escribir él directamente á sus agentes en Roma, pedia al Rey, en 6 de Octubre de 1516, que era necesario que le fuese á la mano al Papa, «porque —añadia en su carta— si agora al comienço no le van á la mano podría aver otros mayores inconvenientes.» Rogaba al Rey que eligiese por Embajador á un castellano, porque así, los mucbos naturales de Castilla que allí habia, no harían estériles sus esfuerzos, y que se opusiese á que viniera á España, por Nuncio del Papa, un Lorenzo Puch, sobrino del Cardenal del mismo nombre, pues le creía muy poca cosa y la criatura más liviana del mundo. Gracias á las gestiones del Cardenal que, como hemos dicho, se quejó al Papa de que no trataba al Rey D. Cárlos como hijo cuando tales deferencias tenía con el de Francia, al fin se concedió la cruzada para España, si bien exigiendo el Papa previamente que el nuevo Soberano le enviase la obediencia. Cuando Cisneros dio cuenta á la Corte de Flándes del resultado obtenido por sus gestiones, se lamentó de que en Roma hubiera dos Embajadores representando al mismo Soberano, uno por los Estados de España y otro por los de Flándes, y por cierto que en la necesidad de separar á uno de ellos, Cisneros aconsejaba con su cordura habitual que se mantuviese al más antiguo, porque —decía en su carta,— paresce rrezio tiempo hacer mudanza, y quitar sin necesidad al que sabe las cosas.

Tambien Cisneros tenía la vista fija en África, en cuyas costas habia tomado á Argel el corsario Barba-Roja, terror de los cristianos por aquel tiempo. Dispuso que se reuniese una fuerte escuadra, con gran dotación de artillería y con seis ó siete mil infántes para que, á las órdenes de D. Diego de Vera, atacase á Argel y tomase aquella ciudad para España. Desgraciadamente Diego de Vera no se condujo enfrente de Argel con la prudencia que exigía empresa tan arriesgada, pues fiándolo todo al ímpetu de sus