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excelentísimo de don Antonio de Mendoza, soberano ingenio montañés y dueño eminentísimo del estilo lírico, a cuya divina música vendrán estrechos todos los agasajos de su fortuna. Con que se acabó la Academia de aquella noche, dividiéndose los unos de los otros para sus posadas, aunque todavía era temprano, porque no habían dado las nueve, y don Cleofás y el Cojuelo se bajaron hacia el Alameda, con pretexto de tomar el fresco en la Almenilla, baluarte bellísimo que resiste a Guadalquivir, para que no anegue aquel gran pueblo en las continuas y soberbias avenidas suyas. Y llegando a vista de San Clemente el Real, que estaba en el camino, a mano izquierda, convento ilustrísimo de monjas, que son señoras de todo aquel barrio, y de vasallos fuera dél, patronazgo magnífico de los Reyes, fundado por el santo rey don Fernando porque el día de su advocación ganó aquella ciudad de los moros, le dijo el Cojuelo a don Cleofás:

—Este real edificio es jaula sagrada de un serafín, o Serafina, que fué primero dulcísimo ruiseñor del Tejo, cuya divina y estranjera voz no cabe en los oídos humanos, y sube en simétrica armonía a solicitar la capilla impírea, prodigio nunca visto en el diapasón ni en la naturaleza; pero no por eso previlegiada de la envidia.

A estos hipérboles iba dando carrete (verdades pocas veces ejecutadas de su lengua), cuando, al revolver otra calle, pocas veces paseada a tales horas de nadie, oyeron grandes carcajadas de