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Allf—dijo el Cojuelo—vive un caballero viejo y rico, que tiene una hija muy hermosa y doncella, y rabia por dejallo de ser con un marqués, que es el que da la escalada, que dice que se ha de casar con ella, que es papel que ha hecho con otras diez u doce, y lo ha representado mal; pero esta noche no conseguirá lo que desea, porque viene un alcalde de ronda, y es muy antigua costumbre de nosotros ser muy regatones en los gustos, y, como dice vuestro refrån, si la podemos dar roma, no la damos aguileña.

—¿Qué voces—dijo don Cleofás—son las que dan en esotra casa más adelante, que parece que pregonan algún demonio que se ha perdido?

—No seré yo, que me he rescatado—dijo el Cojuelo, si no es que me llaman a pregones del infierno por el quebrantamiento de la redoma; peroaquél es un garitero que ha dado esta noche ciento y cincuenta barajas, y se ha endiablado de cólera porque no le han pagado ninguna y se van los actores y los reos con las costas en el cuerpo, tras una pendencia de barato sobre uno que juzgó mal una suerte, y los mete en paz aquella música que dan a cuatro voces en esotra calle unos criados de un señor a una mujer de un sastre que ha jurado que los ha de coser a puñaladas.

—Si yo fuera el marido—dijo don Cleofás—, más los tuviera por gatos que por músicos.

—Agora te parecerán galgos—dijo el Cojuelo, porque otro competidor de la sastra, con una ga villa de seis o siete, vienen sacando las espadas, y