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¡Buen remedio!—respondió el poeta. Derribaráse el corral y dos calles junto a él para que quepa esta tramoya, que es la más portentosa y nueva que los teatros han visto; que no siempre sucede hacerse una comedia conio ésta, y será tanta la ganancia, que podrá muy bien a sus ancas sufrir todo este gasto. Pero escuchen, que ya comienza la obra, y atención, por ni amor.

Salen por el tablado, con mucho ruido de chirimías y atabalillos, Príamo, rey de Troya, y el príncipe Paris, y Elena, muy bizarra en un palafrén, en medio, y el Rey a la mano derecha (que siempre desta manera guardo el decoro a las personas reales), y luego, tras ellos, en palafrenes negros, de la misma suerte, once mil dueñas a caballo.

—Más dificultosa apariencia es ésa que esotra —dijo uno de los oyentes, porque es imposible que tantas dueñas juntas se hallen.

—Algunas se harán de pasta—dijo el poeta, y las demás se juntarán de aquí para allí; fuera de que si se hace en la Corte, ¿qué señora habrá que no envíe sus dueñas prestadas para una cosa tan grande, por estar los días que se representare la comedia, que será por lo menos, siete u ocho meses, libres de tan cansadas sabandíjas?

Hubiéronse de caer de risa los oyones, y de una carcajada se llevaron media hora de reloj, al son de los disparates del tal poeta, y él prosiguió diciendo: