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vino blanco y clarete, y tenía a orza la testa (1), con señales de vómito y tiempo borrascoso, tan zorra (2) de cuatro costados, que pudiera temelle el corral de gallinas del Ventero. El Italiano preguntó a don Cleofás que de adónde venía, y él le respondió que de Madrid. Repitió el Italiano:

—¿Qué nuevas hay de guerra, señor Español?

Don Cleofás le dijo:

—Agora todo es guerra.

—Y contra quién dicen?—replicó el Francés.

—Contra todo el mundo—le respondió don Cleofás, para ponerlo todo él a los pies del Rey de España.

—Pues a fe—replicó el Francés—que primero que el Rey de España...

Y antes que acabase la razón el Gabacho, dijo don Cleofás:

—El Rey de España...

Y el Cojuelo le fué a la mano, diciendo:

—Déjame, don Cleofás, responder a mí, que soy español por la vida, y con quien vengo, vengo; que les quiero con alabanzas del Rey de España dar un tapaboca a estos borrachos, que si leen las historias della, hallarán que por Rey de Castilla tiene virtud de sacar demonios, que es más generosa cirugía que curar lamparones.

Los estranjeros, habiendo visto callar al Español, estaban muy falsos, cuando el Cojuelo, (1) Inclinada.

(2) Borrachera.