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de representantes que pasaban de Córdoba a la Corte, con gana de tomar un refresco en la venta. Venían las damas en jamugas, con bohemios (1), sombreros con plumas y mascarillas en los rostros, los chapines, con plata, colgando de los respaldares de los sillones; y ellos, unos con portamanteos sin cojines, y otros sin cojines ni portamanteos, las capas dobladas debajo, las valonas en los sombreros, con alforjas detrás; y los músicos, con las guitarras en cajas delante en los arzones, y algunos dellos ciclanes de estribos (2), y otros, eunucos (3), con los mozos que le sirven a las ancas, unos con espuelas sobre los zapatos y las medias, y otros, con botas de rodillera, sin ninguna; otros, con varas para hacer andar sus cabalgaduras y las de las mujeres. Los apellidos de los más eran valencianos, y los nombres de las representantas se resolvían en Marianas y Anas Marías, hablando todos recalcado, con el tono de la representación. La conversación con que entraron en la venta era decir que habían robado a Lisboa, asombrado a Córdoba y escandalizado a Sevilla, y que habían de despoblar a Madrid, porque con sola la loa que llevaban para la entrada, de un tundidor de Ecija, habían de derribar cuantos autores entrasen en la Corte. Con esto, se fueron arrojando de las cabalgaduras, y los maridos, muy severos, apeando en (1) Capas pequeflas.

(2) Con un solo estribo.

(3) Sin estribos.