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El juguete rabioso

La señora Rebeca decía a sus amistades que Maximito tenía grandes condiciones para arpista, y la gente después de admirar el arpa en un rincón del comedor, decía que sí.

Sin embargo, a pesar de su generosidad, el señor Josías era un hombre prudente ciertas veces, y pronto se hizo cargo por qué trapacería era dueño del arpa el magnánimo Maximito.

En esta circunstancia, el señor Naidath que tenía una fuerza espantosa, estuvo a la altura de las circunstancias, y como recomienda el salmista, habló poco y obró mucho.

Era sábado, pero el señor Josías, importándole un ardite el precepto mosaico, a vía de prólogo sacudió dos puntapiés al trasero de su mujer, cogió a Maximito del cuello y después de quitarle el polvo lo condujo a la puerta de calle, y a los vecinos que en mangas de camisa se divertían inmensamente con el barullo, desde la ventana del comedor les arrojó el arpa a las cabezas.

Esto ameniza la vida, y por eso la gente decía del judío.

—¡Ah! el señor Naidath.. es una muy buena persona.


Terminado de acicalarme, salí.

—Bueno, hasta luego Fran, saludos a su esposo y a Maximito.

—¿No le das las gracias? — interrumpió mi madre.

—Ya se las dí antes

La hebrea levantó los ojillos envidiosos de las rebanadas de pan untadas de manteca y con flojedad me estrechó las manos. Ya reaccionaban en ella los deseos de verme fracasado en mis gestiones.

Anochecido, llegué a El Palomar.

Al preguntarle por él, un viejo que fumaba sentado en