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Roberto Arlt

dor me hablaba de una chacra que tenía su padre, un alemán de las cercanías del Azul.

Decía el pelirrojo con la boca llena de pan.

—Todos los inviernos carneamos tres chanchos para la casa. Los demás se venden. Así a la tarde cuando hacía frío, entraba y me cortaba un pedazo de pan, después con el Ford me iba a recorrer...

—Drodman, venga — me gritó el Sargento.

Detenido frente a la cuadra me observaba con seriedad inusitada.

—Ordene, mi sargento.

—Vístase de particular y entrégueme el uniforme porque Vd. está de baja.

Le miré atento.

—¿De baja?

—Sí, de baja.

—¿De baja, mi sargento? — temblaba todo al hablarlo.

El sub-oficial me observó apiadado. Era un provinciano de procederes rectos, y hacía pocos días había recibido el brevet de aviador.

—Pero si yo no he cometido ninguna falta mi sargento, Vd. lo sabe bien.

—Claro que lo sé... Pero que le voy a hacer... la orden la dió el Capitán Marquez.

—¿El capitán Marquez? Pero eso es absurdo... El capitán Marquez no puede dar esa orden... ¿No habrá equivocación?

—Así es, en el detall me dijeron Silvio Drodman Astier... Aquí no hay otro Drodman Astier que Vd., creo, ¿no? así que es Vd., no hay vuelta de hoja.

—Pero esto es una injusticia mi sargento.

El hombre frunció el ceño y en voz baja confidenció:

—¿Qué quiere que le haga?, claro que no está bien.. creo... no, no lo sé... me parece que el Capitán tiene un recomendado... así me han dicho... no sé si es verdad,