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El juguete rabioso

y como ustedes no han firmado contrato todavía, claro, sacan y ponen al que quieren. Si hubiera contrato firmado no habría caso, pero como no está firmado, hay que aguantarse.

Dije suplicante.

—¿Y usted, mi sargento, no puede hacer nada?

—Y que quiere que haga amigo. ¿Que quiere que haga? si yo soy igual a Vd., se vé cada cosa.

El hombre me compadecía.

Le dí las gracias, y me retiré con lágrimas en los ojos.

En el detall me informaron:

—La orden es del Capitán Marquez.

—Y no se le puede ver.

—No está el Capitán.

—Y el capitán Bossi.

—El Capitán Bossi no está.

En el camino, el sol de invierno teñía de una lúgubre rojidez el tronco de los eucaliptus.

Yo caminaba hacia la estación.

De pronto ví en sendero al Director de la Escuela.

Era un hombre rechoncho, de cara mofletuda y colorada como la de un labriego. El viento le movía la capa sobre las espaldas, y hojeando un infolio respondía brevemente al grupo de oficiales que en círculo le rodeaba.

Alguien debió comunicarle lo sucedido pues el teniente coronel levantó la cabeza de los papeles, me buscó con la mirada y encontrándome, me gritó con voz destemplada.

—Vea amigo, el Capitán Marquez me habló de Vd. Su puesto está en una escuela industrial. Aquí no necesitamos personas inteligentes, sinó brutos para el trabajo.

Ahora cruzaba las calles de Buenos Aires, con estos gritos adentrados en el alma.