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El juguete rabioso

gentes que pasaban y decirles: Me han echado del ejército así, porque sí, comprenden Vds.? Yo creía poder trabajar... trabajar en los motores, componer aeroplanos... y me han echado así... porque sí.

Me decía.

—Lila, ¡ah!, Vds. no la conocen, Lila es mi hermana; yo pensaba, sabía que podríamos ir alguna vez al biógrafo, en vez de comer hígado, comeríamos sopa con verdura, saldríamos los domingos, la llevaría a Palermo. Pero ahora...

No es una injusticia, ¿digan ustedes? no es una injusticia...

Yo no soy un chico. Tengo diez y seis años. Por qué me echan. Iba a trabajar a la par de cualquiera, y ahora...

¿Que dirá mamá? ¿Que dirá Lila? Ah, si Vds. la conocieran. Es seria; en el Normal saca las mejores clasificaciones. Con lo que yo ganara comerían mejor en casa. Y ahora, ¿que voy a hacer yo...?

Noche ya, en la calle Lavalle, cerca al Palacio de Justicia me detuve frente a un cartel:

"Piezas amuebladas por un peso".

Entré al zaguán iluminado débilmente por una lamparilla eléctrica, y en una garita de madera aboné el importe. El dueño, hombre gordo, en mangas de camiseta a pesar del frío, me condujo a un patio lleno de macetas pintadas de verde, y señalándome al mucano le gritó:

—Félix, éste a la 24.

Miré arriba. Aquel patio era el fondo de un cubo, cuyas caras lo formaban los muros de cinco pisos de habitaciones con ventanas cubiertas de cortinas. A través de algunos vidrios veíanse las paredes iluminadas, otras esta-