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El juguete rabioso

—Un exceso de sensibilidad.

—Sensibilidad de mujer, diga Vd., ¿no le parece, joven?

—¿Así que su amiguito era un hiperestésico? Pero vea ché, haga el favor, abra esa puerta, porque yo me asfixio. Que entre un poco de aire. Hay olor a ropa sucia aquí.

El intruso frunció ligeramente el ceño... Se dirigió a la puerta, pero antes de llegar a ella unas cartulinas le cayeron del bolsillo del saco al suelo.

Apresurado se inclinó para recogerlas, y me acerqué a él.

Entonces ví: eran todas fotografías del hombre y la mujer en las distintas formas de la cópula.

El rostro del desconocido estaba purpurino. Balbució.

—No sé .como están en mi poder, eran de un amigo.

No le respondí.

De pié junto a él miraba con obstinación terrible un grupo. El dijo no sé que cosas. Yo no le escuchaba. Miraba alucinado una fotografía terrible. Una mujer postrada ante un faquin innoble, con gorra de visera de hule elástico negro arrollado sobre el vientrey un Volví el rostro al mancebo.

Ahora estaba pálido, las pupilas voraces dilatadísimas, y en los párpados ennegrecidos rebrillante una lágrima. Su mano cayó sobre mi brazo.

—Déjame aquí, no me eches.

—Entonces Vd.... vos sos...

Arrastrándome me empujó al borde del lecho y se sentó a mis piés.

—Sí, soy así, me da por rachas.

Su mano se apoyaba en mi rodilla.

—Me dá por rachas.

Era profunda y amarga la voz del adolescente.