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Roberto Arlt

to primero, cavilé un instante, después salté del lecho y abrí la puerta en el preciso instante que la puerta de la pieza frontera se cerraba.

Me apoyé en el marco. De la vecina habitación, no surgía nada. Me volví y dejando la puerta abierta, sin mirar al otro, apagué la luz y me acosté...

En mí había ahora una seguridad potente. Encendí un cigarrillo y le dije a mi compañero de albergue.

—Ché ¿quien ten enseñó esas porquerías?

—Con vos no quiero hablar... sos un malo...

Me eché a reír, luego grave continué.

—En serio ché, ¿sabés que sos un tipo raro? ¡Que raro que sos! En tu familia ¿qué dicen de vos? ¿Y esta casa? ¿Te fijastes en esta casa?

—Sos un malo.

—Y vos un santo ¿nó?

—No, pero sigo mi destino... porque yo no era así antes ¿sabés? yo no era así...

—¿Y quien te hizo así entonces?

—Mi maestro, porque papá es rico. Después que aprobé cuarto grado, me buscaron un maestro que me preparara para el primer año del nacional. Parecía un hombre serio. Usaba barba, una barba rubia puntiaguda y lentes. Tenía los ojos casi verdes de azules. A vos te cuento todo eso porque...

—¿Y...?

—Yo no era así antes... pero él me hizo así... Después, cuando él se iba, yo salía a buscarlo a su casa. Tenía entonces catorce años. Vivía en un departamento de la calle Juncal. Era un talento. Fíjate que tenía una biblioteca grande como estas cuatro paredes juntas. También era un demonio, ¡pero cómo me quería! Yo iba a su casa, el mucamo me hacía pasar al dormitorio... fíjate que me había comprado todas las ropas de seda y vainilladas. Yo me disfrazaba de mujer.