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Roberto Arlt

bueno y lo hubiera cuidado... y lo hubiera querido... en vez... así... rodar de "catrera" en "catrera", y los disgustos... esos atorrantes de chambergo blanco y zapatos de charol que te conocen y te siguen... y hasta las medias te roban.

¡Ah!, si encontrara alguno que me quisiera siempre, siempre.

—¡Pero Vd. está loco! ¿todavía se hace esas ilusiones?

—¡Que sabés! Tengo un amiguito que hace tres años vive con un empleado del Banco Hipotecario... y como lo quiere...

—Pero eso es una bestialidad...

—Que sabés... si yo pudiera daría toda mi plata para ser mujer... una mujercita pobre... y no me importaría quedarme preñada y lavar ropa con tal que él me quisiera... y trabajara para mí...

Escuchándole, estaba atónito.

¿Quien era ese pobre ser humano que pronunciaba palabras tan terribles y nuevas?... ¿que no pedía nada más que un poco de amor?

Me levanté para acariciarle la frente.

—No me toqués — vociferó — no me toqués. Se me revienta el corazón. Andate.

Ahora estaba en mi lecho inmóvil, temeroso de que un ruido mío lo despertara para la muerte.

El tiempo transcurría con lentitud, y mi conciencia descentrada de extrañeza y fatiga recogía en el espacio el silencioso dolor de la especie.

Aún creía sentir el sonido de sus palabras... en lo negro su carita contraída de pena diseñaba un visaje de angustia, y con la boca resecada de fiebre exclamaba a lo obscuro.

—Y no me importaría quedarme "preñada" y lavar ropa con tal de que él me quisiera y trabajara para mí.

Quedarse "preñada". ¡Cuán suave se hacía esa palabra en sus labios: