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El juguete rabioso

—Quedarse preñada.

Entonces todo su mísero cuerpo se deformara, pero "ella" gloriosa de aquel amor tan hondo, caminara entre las gentes y no las viera, viendo el semblante de aquel a quien sometíase tan sumisa.

¡Tribulación humana! cuántas palabras tristes estaban aún escondidas en la entraña del hombre.


El ruido de una puerta cerrada violentamente me despertó. Encendí apresuradamente la lámpara. El adolescente había desaparecido, y su cama no conservaba la huella de ningún desórden.

Sobre el ángulo de la mesa, extendidos, había dos billetes de cinco pesos. Los recogí con avidez. En el espejo se reflejaba mi semblante empalidecido, la cornea surcada de hilos de sangre, y los mechones de cabello caídos en la frente.

Quedamente una voz de mujer imploró en el pasillo:

—Apúrate por Dios... que si lo saben.

Distintamente resonó el campanilleo de un timbre eléctrico.

Abrí la ventana que daba al patio. Una ráfaga de aire mojado me estremeció. Aún era de noche, pero abajo en el patio, dos criados se movían en torno de una puerta iluminada.

Salí.

Ya en la calle, mi enervamiento se disipó. Entré a una lechería y tomé un café. Todas las mesas estaban ocupadas por vendedores de diarios y cocheros. En el reloj colgado sobre una pueril escena bucólica, sonaron cinco campanadas.

De pronto recordé que toda esa gente tenía hogar, ví el semblante de mi hermana, y desesperado salí a la calle.

Otra vez se amontonaron en mi espíritu las tribulaciones de la vida, las imágines que no quería ver ni re-