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El juguete rabioso

—Es colosal.

—Increíble. Yo leí toda la crónica de eso, en "El Ciudadano", un diario de allí.

—¿Y ahora está preso?

—A la sombra, como él decía... pero andá a saber el tiempo que lo han condenado. Tiene la ventaja de ser menor de edad, y además la familia conoce a gente de influencia.

—Es curioso: va a tener un gran porvenir el amigo Enrique.

—Envidiable. Con razón que lo llamaban El Falsificador.

Después callamos. Recordaba a Enrique. Me parecía volver a estar con él, en la covacha de los títeres. En el muro rojo, el rayo de sol, iluminaba su demacrado perfil de adolescente soberbioso.

Con voz enronquecida Lucio comentó.

—La struggle for life, ché, unos se regeneran y otros caen; así es la vida... pero me voy, tengo que tomar servicio... si querés verme acá tenés mi dirección — y me entregó una tarjeta.

Cuando después de una aparatosa despedida, me encontré lejos, sólo en las calles iluminadas, todavía en mis oídos sonaba su enronquecida voz:

—La struggle for life, ché... unos se regeneran... otros caen... ¡así es la vida!

Ahora me dirigía a los comerciantes con el aplomo de un experto corredor, y la certeza de que no debían ser estériles mis fatigas, porque ya “había vendido” me aseguró en breve tiempo una clientela mediocre, compuesta de puesteros de feria, farmacéuticos a quienes hablaba del áci-