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Roberto Arlt

—¿Y esto... por qué no enseñan ésto? Se creen Vdsque el recorte lo voy a elegir. Por qué no compran recorte especial.

Así eran las disputas con los individuos carniceros y ciudadanos vendedores de pescado, gente ruda, jaquetona y amiga de líos.

También agradábame en las mañanas de primavera "corretear" por las calles recorridas de tranvías, vestidas con los toldos del comercio. Complacíame el espectáculo de los grandes almacenes interiormente sombrosos, las queserías frescas como granjas con enormes pilones de manteca en los estantes, las tiendas con multicolores escaparates y señoras sentadas junto a los mostradores frente a livianos rollos de telas; y el olor a pintura en las ferreterías, y el olor a petróleo en las despensas, se confundía en mi sensorio como el fragante aroma de una extraordinaria alegría, de una fiesta universal y perfumada, cuyo futuro relator fuera yo.

En las gloriosas mañanas del Octubre, me he sentido poderoso, me he sentido comprensivo como un dios.

Si fatigado entraba a una lechería a tomar un refresco, lo sombroso del paraje, lo semejante del decorado, hacíame soñar en una Alhambra inefable y veía los cármenes de la Andalucía distante, veía los terruños empinados al pié de la sierra, y en lo hondo de los socavones la cinta de plata de los arroyuelos. Una voz mujeril acompañábase con una guitarra, y en mi memoria, el viejo zapatero andaluz reaparecía diciendo:

—José, zi era ma lindo que una rroza.

Amor, piedad, gratitud a la vida, a los libros y al mundo me galvanizaba el nervio azul del alma.

No era yo, sinó el dios que estaba dentro de mí, un dios hecho con pedazos de montaña, de bosques, de cielo y de recuerdo.

Cuando había vendido una cantidad suficiente de papel, emprendía el retorno, y como los kilómetros se hacían