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El juguete rabioso

Vamos a casa y no había ni "medio" de carbón.

—Andá a ver si te fían.

—No hace falta — me contesta el loco, y pela los cinco mangos.

—Caramba, no es malo.

—Y de ahí para la "biaba". ¿Además no sabés lo que hace?

—Contá.

—¡Pero date cuenta!... Una tarde veo que sale. ¿Adónde vas? — le digo.

—A la Iglesia.

—Me caso, ¿a la Iglesia?

—"Manyá", y me empieza a contar que de la caja que hay metida en la pared a la entrada, para la limosna, había visto asomar la colita de un peso.

Resulta que lo habían entrado apretado, y él con un alfiler lo sacó. Y se había hecho un ganchito con un alfiler para ir a pescar dentro de la caja todos los pesos que haya. ¿Te das cuenta...

El Rengo se ríe, y si dudo que el Pibe haya inventado ese anzuelo, no dudo en cambio que sea el pescador, más no se lo digo, y palmoteándole en la espalda, exclamo:

—¡Ah, Rengo, Rengo...!

Y el Rengo se ríe con una risa que le tuerce los labios, descubriéndole los dientes.

Algunas veces en la noche. — Piedad, quien tendrá piedad de nosotros.

Sobre esta tierra quien tendrá piedad de nosotros. Míseros, no tenemos un Dios ante quien postrarnos, y toda nuestra pobre vida llora.

¿Ante quien me postraré, a quien hablaré de mis espi-