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carándose con el alcalde de monterilla, que estaba aterrado. Mi marido, el corregidor de la ciudad, llegó á esta su casa hace dos horas, con su sombrero de tres picos, su capa de grana, su espadin de caballero y su baston de autoridad... Los criados y alguaciles que me escuchan se levantaron y lo saludaron al verlo pasar por el portal, por la escalera y por el recibimiento. Cerráronse en seguida todas las puertas, y desde entónces no ha penetrado nadie en mi hogar hasta que llegaron VV.—¡Es esto cierto?→ Responded vosotros...

—Es verdad! ¡Es muy verdad!—contestaron la nodriza, los domésticos y los ministriles; todos los cuales, agrupados á la puerta del salon, presenciaban aquella singular escena.

Fuera de aquí todo el mundo!—gritó D. Eugenio, echando espumarajos de rabia. Garduña! ¡Garduña! ¡Ven y prende á estos viles que me están faltando al respeto! ¡Todos á la cárcel! ¡Todos á la horca!

Garduña no parecia por ningun lado.