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caido la órden de perpctuo destierro á la Siberia: —Mil años que vivas ignorarás lo que ha pasado esta noche en mi alcoba. Si hubieras estado en ella, como era regular, no tendrias necesidad de preguntárselo á nadie.

Por lo que á mi toca, no hay ya ni habrá jamás razon ninguna que me obligue á satisfacerte; pues te desprecio de tal modo, que si no fueras el padre de mis hijos, to arrojaba ahora mismo por ese balcon.—Conque buenas noches, caballero.

Pronunciadas estas palabras, que D. Eugenio oyó sin pestañear (pues lo que es á solas no se atrevia con su mujer), la corregidora penetró en el gabinete y del gabinete en la alcoba, cerrando las puertas detrás de sí, y el pobre hombre se quedó plantado en medio de la sala, murmurando entre encías (que no entre dientes) y con un cinismo de que no habrá habido otro ejemplo: —Pues señor, no esperaba yo escapar tan bien... ¡Garduña me buscará otra!