gran dama para tener nada que temer... Sí? Pues vamos á ver eso.
Dió un espolazo, soltó las riendas y salió á galope tendido, impaciente por presentarse como un vengador ante aquella culpable.
La culpable no sospechaba nada; su conversación, si así podía llamarse, con Berta Garnache, había sido tan rápida, que no podía figurarse que nadie la hubiera sorprendido.
Bella vió llegar á su amable esposo sin la menor aprensión. Traía un aspecto agresivo y furioso, pero como era lo habitual, no hizo ningún caso.
Al echar pie á tierra, Gervasio se preguntaba cómo iba á proceder en sus acusaciones, y creyó de buen tono empezar por la ironía, en la que se creía una especialidad, lo que era una de sus debilidades.
Se mostró descuidado y tranquilo, papel en el que resultaba todavía más irritante. Arabela se puso pronto nerviosa y frunció las cejas. El marido dijo: —¿Cómo va, hermosa mía? Veo que te brillan los ojos... Has pasado un día feliz?... ¿Has visto pasar al?...
— Déjame en paz!—dijo Bella con impaciencia ;eres insoportable con tus estribillos; se te debía ocurrir otra cosa.
—Espera, espera; hoy tengo novedades.
Bella, ya inquieta, se estremeció.
¡Qué casualidad! ¿Cuáles son?
—Mucha prisa tienes...
Pasaba un criado y Gervasio se calló. Cuando estuvieron solos, se plantó delante de ella y le preguntó, mirándola á los ojos: —¿Qué has hecho esta tarde?
—Yo? nada, como de costumbre. Ya sabes que no