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—Tú dices eso...—Lo digo porque lo pienso. Escucha: me he casado contigo, bien lo sabes, para ser rica. Me habías prometido de lejos mil ventajas y no has cumplido ninguna de tus palabras. Soy más pobre que nunca y estoy, además, sujeta, prisionera y rodeada de espías, lo repito. ¿Cuál es mi vida? ¿Es esto existir? Como, bebo y duermo, es verdad... ¿Pero, qué más? Estoy enclaustrada en este castillo, en el fondo de esta provincia, sin afecciones, sola conmigo misma y sin esperanza de cambio.

Gervasio murmuró: —Exageras...

—No, por cierto. Puesto que se me rehusa todo lo que había creído obtener por mi matrimonio, tengo el derecho moral de romper la alianza, y, desde hace un instante, tengo el derecho legal. Acabas de pegarme.

Con aspecto de enfado, frotándose el dedo como un niño rencoroso, Gervasio replicó: —Tú me has mordido... estamos en paz.

—Ha sido después, para defenderme... Ahora bien, las vías de hecho legitiman el divorcio; y las ha habido.

—Nadie lo ha visto—objetó Gervasio con astucia.

—¿Estás seguro? Hace un momento he dicho tres palabras á Berta, y una hora después lo sabías, porque me habían visto... No dudes que alguien ha visto la naturaleza de nuestra conversación... Yo me encargo de buscar los testigos...

Piscop miró alrededor, investigando las sombras.

Tenía un aspecto tan lastimosamente grotesco, que Bella estaba encantada. Gervasio preguntó por fin: —¿Cómo vivirás divorciada?

—En primer lugar, tengo la casa de mi padre...