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desde el primer día, y aun antes, he comprendido que no te casabas conmigo más que por el interés. No tenías inconveniente en decírmelo. Por eso no he cumplido mis promesas y he sido muchas veces duro contigo. Si hubieras aparentado un poco de amistad por mí, no hubieras tenido más que hablar para ser servida, á pesar de mi familia, de mis padres y todo lo demás... Pero me has tratado como un lacayo, como un Piscop... Y te he devuelto golpe por golpe, maldad por maldad, desdén por desdén. Esta es toda la historia... Acuérdate de nuestra primera noche de boda.

Bella se sonrojó é hizo un gesto para rechazar aquel recuerdo.

Gervasio continuó: —Trata una vez de ser menos gran dama... un poco menos altanera conmigo, y creo que ganaremos los dos.

Bella le escuchaba encantada y sin pensar ya en Jacobo, puesto que el déspota abdicaba... Su respuesta fué más condescendiente: —Confieso que me asombra ese nuevo tono en tu boca. ¿Por qué has esperado tanto tiempo para hablarme así?

Qué sé yo?... Mi naturaleza, en primer lugar, después los consejos... Creía en la fuerza, y ya no creo.

Bella contestó entusiasmada: —Entonces, hacemos las paces...

Y una vez más se puso tentadora, linda y sonriente, con los blancos dientes á flor de los labios y dejando filtrar de sus ojos á través de las pestañas un rayo incendiario.

—Si—repitió Gervasio,—las paces, á despecho del mundo entero.

Después, cogiéndole la mano, añadió mirándola de frente: