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Con el apoyo de su tío, Hilario insistió: —¿Qué más quiere usted que hagan?

—Nada—dijo Grivoize el menor sin gran decisión.Pero Regino ha nacido el mismo día que yo; hemos ido juntos á la escuela; después hemos servido siete años en el mismo batallón y hecho la guerra juntos; esos son recuerdos. Habíamos seguido siendo amigos, aunque confieso que hace algún tiempo, para complaceros, había marcado las distancias y echádolas de gran señor... Además, hace doscientos años que los Garnache son guardas en el bosque... y no me atrevo á tocarlos, aunque fuese para bien.

Piscop padre tomó la palabra en medio del silencio general, pues su opinión era respetable.

—Grivoize dijo,—reflexiona un poco; no me gusta dar la razón á los hijos contra sus padres; pero este muchacho, por malos motivos, pide una cosa justa.

Oye la verdad: Garnache tiene cincuenta años y, falto de fuerzas, descuida su servicio; en otro tiempo los antiguos Garnache, al llegar á esa edad, entregaban la escopeta á su hijo. José no la ha querido y esto es cuenta suya. Pero no estando él para reemplazar á su padre, no podemos conservar á éste eternamente. Además, está averiguado que Berta está loca y es causa de disgustos. Y puesto que, por añadidura, Regino nos oculta lo que debiera decirnos, soy de opinión yo también de que, todo bien pensado, debemos renunciar á sus servicios. Por otra parte, no es ningún desgraciado... Tienen bienes.

Y la pensión?—preguntó Grivoize medio convencido.

—Es un pretexto para no dársela—dijo tranquilamente el mayor, siempre práctico y de buen sentido.

—Está bien—dijo por fin el padre de Hilario;—pero tú te encargarás de la comisión, muchacho.