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biera tenido su escopeta, José hubiera muerto. Pero lo dejó para otra ocasión.

José volvió hacia su padre, que le dió la mano.

— Gracias... pero no soy ya joven y tengo miedo de los disgustos... Y después, dejar esta casa dentro de tres días...

—¿Cree usted que le hubiera hecho gracia ni de una hora si yo no le hubiera echado?

—No.

—Entonces...

—Entonces, todo se va; la comarca ya no existe.

—¿Dónde está mi madre?—dijo José ;—la he visto pasar corriendo hace un momento, más loca que nunca...

—Sí—dijo Garnache, es también por culpa de ese buen corazón. Le ha contado, á propósito, que Reteuil está vendido y que Jacobo se marcha.

José meditó unos instantes y dijo: —Hay personas que hacen daño por el gusto de hacerlo.

Berta seguía corriendo. Una vez más pasó por los campos cuya hierba habían desgastado sus pies, se metió por aquellas espesuras, en las que estaba marcada la huella de su cuerpo, y recorrió su camino de todos los días, desde que el alma de Valroy habitaba en Reteuil.

Al pasar por el puente, miró al agua. El río estaba amarillento y revuelto; aquel fin de septiembre era húmedo, y, sin embargo, templado todavía. Aquella agua le interesaba.

Pero tenía un fin y siguió su carrera. Entró en el bosquecillo que dominaba á Reteuil, se metió por la enramada en su observatorio, se echó en su montón de hojas secas y miró.

Al principio no vió á Jacobo, pero oyó su voz; el