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—Hubiera venido, pero más maja que ahora... con mi traje azul.

Y con dos dedos desdeñosos se cogía los harapos, sintiendo seguramente haber sido sorprendida con tan mala ropa. Aquellas preocupaciones infantiles denunciaban una vez más la pobreza de su alma.

De pronto se aproximó.

—¿Es verdad?—dijo tímidamente.

—¿Qué?

—Que Reteuil está vendido, que se va usted á marchar, que ya no le veré más.

Aquellas frases, largo tiempo comprimidas, se le escapaban. Jacobo vaciló... Lo diría todo? ¿No valía más despedirla con buenas palabras que serían otras tantas mentiras? Peso hacía años que Jacobo tenía horror á la mentira ; y, además, á medida que hablaba olvidaba aquella presencia y hablaba una vez más consigo mismo.

—Sí—respondió, es verdad... ¿Qué quieres?... Es preciso. Había que pagar las deudas de mi padre y no dejar una mancha en un nombre hasta hoy intacto... y que va á acabar.

Berta comprendía confusamente, pues estaba poco al corriente de las historias financieras; pero se sublevó ante la idea de que Jacobo pagase las deudas de un Valroy y se privase de todo por el honor de aquella familia. Aquello le parecía injusto, grotesco y desesperante.

Sin pensar más en ella, Jacobo continuó diciendo con las pupilas en la línea del horizonte: —Vendido Reteuil, no queda nada... adiós todo...

¿Se puede vivir después de lo que he sufrido y cuando allá, al otro lado de la vega, vive en la casa que fué mía la mujer á quien he amado, casada con uno de mis verdugos? No tengo ya más que recuerdos que