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Facundo

encaneciendo bajo el peso del morrión, y, sin embargo, apenas eran coroneles, mayores, capitanes; gracias si dostres habían ceñido la banda de general, mientras que en el seno de la República, y sin traspasar jamás las fronteras, había decena de caudillos que en cuatro años habían elevádose de gauchos malos» á comandantes, de comandantes á generales, de generales á conquistadores de pueblos, y al fin á soberanos absolutos de ellos. Para qué buscar motivo al odio implacable que bullía bajo las corazas de los veteranos? ¿Qué les aguardaba después de que el nuevo orden de cosas les había estorbado hacer, como ellos pretendían, ondear sus penachos por las calles de la capital del Imperio?

El 1. de Diciembre amanecieron formados en la plaza de la Victoria los cuerpos de línea desembarcados. El gobernador Dorrego había tomado la campaña; los unitarios llenaban las avenidas, hendiendo el aire con sus vivas y sus gritos de triunfo. Algunos días después, setecientos coraceros mandados por oficiales genrales salían por la calle Perú, con rumbo á la Pampa, á encontrar algunos millares de gauchos, indios amigos y alguna fuerza regular, encabezados por Dorrego y Rosas. Un momento después estaba el campo de Navarro lleno de cadáveres, y al día siguiente un bizarro militar, que hoy está al servicio de Chile, entregaba en el cuartel general á Dorrego prisionero. Una hora más tarde, cadáver de Dorrego yacía traspasado de balazos. El jefe que había ordenado su ejecución, anunciaba el hecho á la ciudad en estos términos llenos de abnegación y altanería: «Participo al Gobierno Delegado, que el coronel don Manuel Dorrego acaba de ser fusilado por mi orden al frente de los regimientos que componen esta división.

«La historia, señor Ministro, juzgará imparcialmente si el señor Dorrego ha debido ó no morir, y si al sacrificarlo a la tranquilidad de un pueblo enlutado por él, pue do haber estado poseído de otro sentimiento que el del bien público.

«Quiera el pueblo de Buenos Aires persuadirse de que la muerte del coronel Dorrego es el mayor sacrifiicio que puedo hacer en su obsequio.

«Saluda al señor Ministro con toda consideración.Juan Lavalle.» Hizo mal Lavalle? Tantas veces lo han dicho, que