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Historia

y asándose una de las iguanas que arriba dijimos, de que se asombraron, creyendo que era alguna bravísima sierpe. El pan que comia esta gente, dice Américo, que lo hacian de pescado en agua hirviente algo cocido, despues lo golpean y amasan, y, hecho de aquella masa panecillos, pónenlo sobre las ascuas, y así allí los cuecen, y era muy buen pan, á su juicio. Muchas maneras de manjares y de hierbas y de frutas de árboles hallaron, y ninguna cosa dellas les tomaron, ántes les dejaron en sus ranchos y chozas cosillas de las de Castilla, para, si pudiesen, asegurarles del miedo que tenian, y volviéronse á sus navíos. Otro dia, en saliendo el sol, comienza á venir á la playa infinita gente; salieron á tierra los cristianos de los navíos, esperan los indios, aunque todavía muy tímidos; lléganse los cristianos, y poco á poco pierden el miedo, y por señas les dicen que aquellas chozas no son sus casas principales, más de para venir á pescar hechas, y que les rogaban fuesen con ellos á sus pueblos. Vista la instancia que hacian é su importunidad, y que parecia proceder de buena voluntad, acordaron de ir 23 hombres, bien armados, con determinacion de morir cuando la necesidad les compeliese, empleando primero en ellos bien sus personas. Estuvieron allí con ellos tres dias en gran conversacion de amistad, puesto que ni una palabra se entendian. Fuéronse con ellos la tierra dentro, tres leguas, á un pueblo que estaba allí, donde fueron recibidos con tantos bailes, cantares, alegría y regocijos, y servidos de tantos manjares y comida de los que tenian, que dice Américo que no tenia péndola que lo pudiese escribir. Dice más, que aquella noche durmieron allí, y que sus propias mujeres, con toda prodigalidad les ofrecian, y esto con tanta importunidad que no bastaban á resistirles; como allí estuviesen aquella noche y otro dia hasta medio dia, fué tanto y tan admirable el pueblo que á verlos de otras poblaciones de la tierra vino, y verlos absortos en mirarlos, rodearlos y tocarlos, que era una cosa de maravilla. Ciertos hombres ancianos, que debian ser los señores, les rogaron con la misma importunidad que se fuesen