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LOBOS DE MAR

grupos salían mujeres y niños, que se arrojaban sobre ellos queriendo detenerles.

¡Agüelo!—gritaban los nietos.

¡Pare!—gemían las mocetonas. Y los animosos vejetes, irguiéndose como los rocines moribundos al oir el clarín de las batallas, repelían los brazos que se anudaban á sus cuellos y piernas, y gritaban contestando á la voz de su jefe:

¡Presente, capitá!

Los lobos de mar, con su ídolo al frente, abriéronse paso para echar al mar una de las barcas. Rojos, congestionados por el es fuerzo, con el cuello hinchado por la rabia, sólo consiguieron mover la barca y que se deslizara algunos pasos. Irritados contra su vejez, intentaron un nuevo esfuerzo; pero la muchedumbre protestaba contra su locura, y cayó sobre ellos, desapareciendo los viejos arrebatados por sus familias.

—¡Dejadme, cobardes! ¡Al que me toque, lo mato!—rugía el capitán Llovet.

Pero por primera vez aquel pueblo, que le adoraba, puso la mano en él. Le sujetaron como á un loco, sordos á sus súplicas, indiferentes á sus maldiciones.

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