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LA CONDENADA

Recordaba su regreso al pueblecillo natal, después de su primera campaña carcelaria por ciertas lesiones; su renombre en todo el distrito, la concurrencia de la taberna de la plaza admirándole con entusiasmo: ¡Qué bruto es Rafael! La mejor chica del pueblo se decidía á ser su mujer, más por miedo y respeto que por cariño; los del Ayuntamiento le halagaban dándole escopeta de guardia rural, espoleando su brutalidad para que la emplease en las elec. ciones; reinaba sin obstáculos en todo el término; tenía á los otros, los del bando caído, en un puño, hasta que, cansados éstos, se ampararon de cierto valentón que aca. baba de llegar también de presidio, y lo colocaron frente á Rafael.

¡Cristo! El honor profesional estaba en peligro: había que mojar la oreja á aquel individuo que le quitaba el pan. Y como consecuencia inevitable, vino la espera al acecho, el escopetazo certero y el rematarle con la culata para que no chillase ni patalease más.

En fin... ¡cosas de hombres! Y como final, la cárcel, donde encontró antiguos