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V. BLASCO IBÁÑEZ

tado, obsequioso y amable. Bolsón, cejijunto y malhumorado.

—He venido sólo por verte—decía don José, recalcando el honor que le concedía con su visita—. ¿Pero qué son esas prisas? ¿No estás bien, querido Quico? Te he recomendado al gobernador de la provincia; la Guardia civil nada te dice... ¿qué te falta?

Nada y todo. Es verdad que no le molestaban, pero aquello era inseguro, podían cambiar los tiempos y tener que volver al monte. Él quería lo prometido: el indulto, ¡recordóns! Y formulaba su pretensión tan pronto en valenciano como en un castellano de pronunciación ininteligible.

—Lo tendrás, hombre, lo tendrás. Está al caer; un día de estos será.

Sonrió Bolsón con ironía cruel. No era tan bruto como le creían. Había consultado á un abogado de Valencia, que se había reído de él y del indulto. Tenía que dejarse coger, cargarse con paciencia los doscientos ó trescientos años que podrían salirle en innumerables sentencias, y cuando hubiese extinguido una parte de presidio, como quien dice de aquí á cien años, podría