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Colline 212 shib, como al gobernador, los recompensaré si »me dan el asilo que vengo á pedir.

Imposible me fué seguir hablando con aquel hombre. Mientras más miraba su gorda y asus»tada cara más duro se me hacía pensar en que »lo ibamos á matar á sangre fría. Lo mejor era concluir de una vez.

Llévenlo al cuerpo principal de guardia» dije.

Los dos sikas se le pusieron uno á cada lado, pel gigante por detrás, entrando así el grupo por »la puerta. Jamás hombre alguno se encaminó »tan tranquilamente á la muerte. Yo me quedé »en mi puesto acostumbrado.

Desde allí of el mesurado paso de los tres á blo largo de los desiertos corredores. De impro»viso cesaron las pisadas, llegó á mis oídos el »ruido de voces ahogadas, de una sorda lucha y fuertes golpes. Al cabo de un momento sentí, »horrorizado, que alguien corría en mi dirección, »respirando fuertemente, como si el aliento fuepra faltándole. Dirigí la luz de mi linterna hacia »el largo y recto pasadizo, y vi al hombre gordo que se iba acercando, rápido como el viento, la »cara bañada en sangre, y detrás de él, saltando como un tigre, al enorme sika de barba negra :

»un cuchillo brillaba en su mano.

»Nunca he visto á nadie correr tan ligero co-