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Academia declara en la «advertencia» de la décimaquinta edición que prefiere ahora español porque ha consagrado mayor atención «a las múltiples regiones lingüísticas, aragonesa, leonesa e hispanoamericana, que integran nuestra lengua literaria y culta». Creo que los americanos en general seguirán prefiriendo, según Andrés Bello, el término castellano, porque es más bien histórico (de Castilla vino la lengua literaria moderna) y porque evita la idea de la nacionalidad, que se distingue en la española y las americanas. En ese sentido se expresó el conocido literato argentino doctor Ricardo Rojas, como decano de la Facultad de filosofía y letras de Buenos Aires, al iniciar, en 1923, el Instituto de Filología de la Universidad de Buenos Aires. Como la Academia sigue admitiendo los dos nombres para la lengua el asunto es de poca importancia.

§ 26. En seguida, hay que determinar «¿qué se entiende por lengua literaria?» La contestación más obvia es: la lengua en que está escrita y se sigue escribiendo la literatura del país; y por literatura se debe comprender, en general, todo lo que se imprime, incluyendo la prensa diaria, que hoy es la lectura más corriente del término medio del público. Pero a esta lengua impresa se asimila también, en lo esencial, el habla de la gente culta en el discurso y en la conversación seria de la buena sociedad. En este respecto nace para todas las lenguas cultas un problema que está casi resuelto el castellano: la relación entre la escritura y la pronunciación. Hace ya un siglo que, gracias a la labor sistemática de la Academia, la escritura española ha llegado a ser casi completamente fonética. Faltaba sólo substituir la ge por je, la vocal y por i, suprimir la letra muda h y distinción entre v y b, que ya no guardan nada de la diferencia fonética que tenian en ciertos casos hasta 1600. Se comprende fácilmente por qué Bello