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Como decía, él tenía una hija muy buena, bastante bella pero muy simpática.

Decidido a ser su sombra (se entiende buena) determiné hacer el amor a su hija para así tener más ocasión de hablarle y de encontrarle en casa y a ver si entre su hija y yo logramos traerle al buen camino.

Me dirán Vs. que el camino que he escogido es un poquito largo: tal vez tengan Vs. razón, pero es el más seguro, ¡todo sea por amor de Dios!

Hícele, pues, el amor a la niña; pero Dios, sin duda para probarme, decretó que ella no admitiese mi amor apesar de vivas protestas, de mis frecuentes visitas, de hablarle del Cielo y de mis esperanzas. Llegué un momento a creer que el diablo, temiendo la realización de mi plan, impedía por todos los medios posibles mis santas aspiraciones; pero reflexionando un poco comprendí que no podía ser así por la razón siguiente. El diablo, muy astuto, muy tentador, hubiera favorecido nuestros amores, para después distraerme, apartarme de mi camino y hacerme entrar en otras vías.

Convencido, pues, de que todo era designio divino, me animé más y más viendo en ello la señal segura de que todo lo que hacía era a sus ojos agradable.

Aprovechaba todas las ocasiones para disputar con él, y como era muy versado en las Sagradas Escrituras, en los Evangelios y en las obras de los Stos. Padres, tenía yo también que estudiar estos fundamentos de nuestra Religión para no quedarme atrás…

Él no admitía la doctrina cristiana. Yo le hablé de los cuatro infiernos que hay en el centro de la tierra, según el P. Astete y me contestó con una sonrisa. Por lo demás, él no me negaba nada, pero no admitía tampoco todo lo que le decía.

Un día yo le pregunté si teníamos alma y si el creía en ella, me contestó: ¿Cree V. en ella?

—Sí, y estoy convencido de que existe y cómo existe y porque existe.

—Mejor que mejor —me contestó y me habló de otras cosas.

Sin embargo él una vez en la clase se dejó decir que no teniendo nosotros exacto conocimiento de lo que es la materia, desconocemos sus cualidades y por consiguiente no