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QUO VADIS

ma lo bastante. No escuches las lisonjas de Lucano. Si hubiera escrito él esos versos, le declararía yo un genio; pero en tu caso es ya diferente. ¿Y sabes porqué? Tú eres más grande que ellos.

De persona tan privilegiada como tú por los dioses, justo es aguardar más. Pero tú eres perezoso, tú prefieres dormir después de la comida en vez de sentarte á trabajar. Tú eres capaz de producir una obra superior á cuantas haya conocido el orbe entero hasta nuestros días; de ahí el que yo ahora te diga en tu presencia: ¡escribe mejor!

Petronio dijo estas palabras con aire negligente y en el que á la vez hubiérase dicho iban confundidos la burla y el reproche; más, por los ojos del César pasó una como ligera niebla de alegría y satisfacción.

—Los dioses me han dotado de un poco de talento,—dijo—pero me han concendido también algo más valios un amigo leal y un crítico justiciero, único hombre capaz de decirme la verdad ante mi vista.

Y extendió la gorda mano, cubierta de rojizo vello, hasta un candelabro de oro que estaba próximo y había sido saqueado en el templo de Delfos, como si fuera en él á quemar los versos.

Pero Petronio se apoderó de ellos antes que la llama hubiese tocado el papel y dijo: —¡No, nó! Aún tales como son, pertenecen á la huma nidad. Déjamelos.

—Permite entonces que te los mande en un cilindro de mi propia invención,—dijo Nerón abrazando á Petronio.

—Ciertamente, razón tienes,—repuso al cabo de un instante. Mi incendio de Troya no arde suficientemente, mi fuego no quema lo bastante. Pero yo estaba satisfecho con llegar hasta la altura de Homero. Siempre me he visto cohibido por una especie de timidez y una apreciación modesta de mis facultades. Pero tú me has abierto los ojos. ¿Y sabes porque es cierto lo que afirmas? Cuando un escultor talla la estatua de un dios, busca siempre un mo-