delo; y yo nunca lo tuve. Jamás he visto el incendio de un pueblo; de ahí que mi descripción adolezca la falta de verdad.
—Por lo cual te digo que sólo un gran artista es capaz de comprender esto.
Púsose pensativo Nerón, y al cabo de un momento dijo: —Contéstame una pregunta, Petronio. ¿Sientes tú el incendio de Troya?
—¿Qué si lo siento? Nó, á fe mía, por el lisiado consorte de Vénus! Y te diré por qué razón. Troya no habría sido destruída si Prometeo no hubiese dado el fuego á los hombres y si los griegos no bubiesen hecho la guerra á Priamo; y Esquilo no habría escrito su Prometeo á no existir el fuego; así como, sin la guerra de Troya, Homero no habría escrito la Iliada. Creo, pues, preferible la existencia de Prometeo y de la Iliada á la conservación de una ciudad pequeña y despreciable, la que, á mi juicio, era además desaseada y ruin, y en la cual, á lo sumo existiría hoy un magistrado que te estaría fastidiando con las disputas del areópago, (administración), local.
—Esto es lo que se llama hablar en razón,—dijo el César.—Por el arte y la poesía no sólo es lícito, sino que es justo y necesario sacrificarlo todo. ¡Dichosos los aqueos, que suministraron á Homero el tema substancial de la Iliada, y dichoso Priamo, que pudo contemplar la destruccción de su pueblo natal! En cuanto á mi, jamás he visto una ciudad envuelta por las llamas...
Sucedióse un instante de silencio, que fué interrumpido al fin por Tigelino con estas palabras: —Si ya te lo he dicho, César: ordena y pondré fuego á Ancio. O bien, si sientes la destrucción de estos palacios y casas de campo, puedo dar la orden de que incendien los buques anclados en Ostia; ó edificar para ti en los montes Albanos una ciudad de madera, á la cual tú mismo pondrías fuego. ¿Esto deseas?
—He de ponerme á contemplar el incendio de unas