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QUO VADIS

—Pero, piensa y dime ahora; ¿qué son esos tétricos cristianos en comparación con esto? Y si no eres capaz de apreciar la diferencia, vete con ellos! Aunque, si bien se mira, estoy cierto de que este espectáculo ha de curarte.

Dilatáronse las narices de Vinicio, aspiró el aroma de las violetas que llenaba toda la estancia y palideció al pensar que si le fuera dado pasear de igual manera sus labios por los hombros de Ligia, sería para él aquella como una especia de inmensa delectación sacrilega, tras de la cual bien pudiera desvanecerse como burbuja de aire el mundo enterol Y habituado ahora á una rápida percepción de los fenómenos internos que en él se operaban, notó que en ese instante en Ligia, sólo en Ligia pensaba.

—Eunice, divina mía,—dijo Petronio,—hay que preparar guirnaldas para nuestras cabezas, y un refrigerio.

Y cuando la joven hubo salido, repuso dirigiéndose á Vinicio: —La ofreci darle libertad, ¿y sabes qué me contestó: —Prefiero ser tu esclava, antes que mujer del César!» Y no aceptó la manumisión. Hube entonces de acordársela sin conocimiento suyo. El pretor me dispensó del trámite de exigir su presencia. Y ella no sabe que hoy es libre, y asimismo ignora que esta casa y todas mis joyas, con excepción de las gemas (1), suyas serán, llegado el caso de mi muerte.

Luego se levantó, dió algunos paseos por la estancia y repuso: —El amor es causa de transformaciones más radicales en unos hombres que en otros, y hasta en mi ha operado cambios. Antes gustaba yo del aroma de la verbena; mas, como Eunice prefiere las violetas, gústanme hoy más estas que todas las demás flores y desde la llegada de la primavera vivimos tan sólo en un ambiente de violetas.

(1) Piedras preciosas.