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QUO VADIS

ellos; y era un humo negro y tan pesado que se arrastraba hasta cerca del suelo, sustrayendo á la vista casas, gentes y objetos, como entre tinieblas de noche lóbrega.

Pero las ráfagas de viento que de instante en instante daban pábulo al incendio, vinieron luego á disipar ese humo y pudo entonces Vinicio alcanzar tras de mucho esfuerzo hasta la calle en donde estaba situada la casa de Lino.

El calor de un día de Julio, aumentado intensamente por el que daban las llamas del incendio, llegó á hacerse insoportable.

El humo irritaba los ojos y cegaba; cortábase el aliento.

Aun aquellos de los habitantes que, en la esperanza de que el fuego no atravesara al río, habían permanecido en sus casas hasta entonces, empezaban á abandonarlas; y ello hacía que á cada momento los grupos aumentaran más y más.

Los pretorianos que acompañaban á Vinicio fueron quedándose atrás.

En medio de la apretura alguien hirió con un martillo el caballo del joven.

El animal entonces echó hacia atrás la ensangrentada cabeza, encabritose y no quiso seguir obedeciendo á su ginete.

Alguno de entre la multitud reconoció poco después en Vinicio á un augustiano, é inmediatamente en derredor suyo dejóse oir el grito de: —¡Muerte á Nerón y sus incendiarios!

Este fué un momento de tremendo peligro; centenares de brazos se alzaron hacia Vinicio; pero su espantado ca ballo le arrancó de allí violentamente, pisoteando á su pa so á quienes encontraba delante; y un momento después una nueva oleada de humo denso penetraba en la calle, haciendo en ella la obscuridad.

Viendo el joven que le era imposible proseguir la marcha á caballo, abandonó su cabalgadura y continuó á pie,