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QUO VADIS

go. Habíasele subido la sangre á la cabeza y por momentos veía todos los objetos, hasta el mismo humo, de color de fuego.

Luego pensó: —¡Este es fuego vivo! ¡Preferible sería que me arrojase al suelo y me dejara morir!

Aquella carrera le torturaba más y más. Su cabeza, cuello y hombros hallábanse inundados de sudor, el cual lo escaldaba como agua hirviente. A no haber sido por el nombre de Ligia, que repetía en pensamiento, y por su capitium, que llevaba atado alrededor de la boca, habría caído al suelo. Algunos momentos después, ni aún pudo conocer la calle por donde iba corriendo. El sentido íbale abandonando paulatinamente; recordaba tan solo que era necesario correr, porque en el campo abierto situado al tármino de su carrera, le aguardaba Ligia, que le había sido prometida por el Apóstol Pedro.

Y de súbito se apoderó de él una especie de prodigiosa convicción, que casi tenía los caracteres de un delirio febril, y se asemejaba á una visión de las que preceden á la muerte.

Decíase que le era necesario verla, unirse á ella y luego morir.

Y seguía corriendo como un ebrio y tambaleándose desde un costado de la calle al otro.

Entretanto, verificóse un cambio en aquella monstruosa conflagración, que había abrasado la ciudad gigantea.

Todas las que hasta entonces habian sido tan sólo vislumbres de fuego parecieron estallar visiblemente y convertirse en un sólo mar de llamas; el viento había cesado ya de traer consigo nubes de humo á las que se habían acumulado en las calles fueron luego arrebatadas por un loco torbellino de aire quemante. Ese torbellino arrastraba consigo millones de chispas, de manera que Vinicio iba ahora corriendo como envuelto en una nube ignea.

Pero ello le permitía ver mejor su camino y un momento