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QUO VADIS

En otros puntos el pueblo invocaba á Serapis, á Baal ó á Jehová, cuyos adherentes salidos de todas las callejuelas situadas en las inmediaciones del Suburra y del Trans.

Tiber ensordecian con sus gritos las campiñas cercanas á los muros.

En medio de esos gritos dejábanse oir unas como ex clamaciones de triunfo; y cuando algunos de los ciudadanos vinieron & unirse á este coro y á glorificar al «Señor del mundo, otros indignados ante estas voces de júbilo, intentaban sofocarlas por medio de la violencia.

Aquí y allí escuchábanse también algunos himnos cantados por hombres que se hallaban en la flor de la vida, por ancianos, por mujeres y niños, himnos admirables y solemnes, cuya significación no comprendían los demás, pero en los cuales veíanse repetidas de momento en momento las palabras siguientes: —«¡Hé ahí que viene el juez en el día de la ira y del desastre!» Y todas estas inquietas, desveladas, afligidas y turbulentas multitudes rodeaban la ciudad incendiada como un océano agitado en plena tempestad.

Pero, ni su desesperación, ni sus blasfemias, ni sus himnos daban resultado alguno.

La destrucción parecía tan irresistible, completa, implacable y fatal como el destino. Cerca del Anfiteatro de Pompeyo el fuego alcanzó á unos depósitos de cáñamo y de las cuerdas que se empleaban en los circos y arenas, junto con todas las maquinarias de que hacían uso en los juegos públicos y con aquellos edificios adyacentes en los cuales se contenían barriles de pez para embrear las cuerdas.

Al cabo de unas pocas horas, toda aquella parte de la ciudad más adelante de la cual estaba situado el Campo de Ma vióse ilu por una gran llama roja, tan brillante, que por momentos pareció á los espectadores casi desatentados por el terror, que en medio de aquella