universal ruina se había trastornado hasta el orden de la naturaleza, vuéltose la noche día, y que ese fulgor extraño era la luz del sol.
Pero un poco después un monstruoso resplandor sanguinolento vino á sobreponerse á todos los demás fulgores de las llamas policromas.
Desde aquel mar de fuego lanzábanse hacia la incendiada atmósfera gigantescas fuentes y columnas igneas, las cueles en sus cúspides se fraccionaban y extendían formando caprichosamente unas como ramas ó plumas de fantásticos y múltiples aspectos. Llevábalas en seguida el viento transformadas en cintas, hilos y chispas de oro, barriéndolas luego por sobre la Campania y en dirección á los Montes Albanos.
La noche hizose más clara; el aire mismo parecía, por decirlo así, como impregnado de la fulgurante diafanidad de la luz y del intenso calor de las llamas, El Tiber diríase que arrastraba en sus aguas metales en ignición.
La desventurada ciudad, en suma, se hallaba convertida en un verdadero caos.
Y el incendio seguía propagándose más y más, tomaba los montes por asalto, inundaba las llanuras, cubría los valles, y se enfurecia, y rugía, y atronaba.
CAPÍTULO XLV
Macrino, un tejedor á cuya casa fué trasladado Vinicio, le bañó y le dió vestidos y alimentos. Cuando el joven hubo recobrado por completo las fuerzas, declaró que se proponía seguir buscando á Lino aquella misma noche.
El tejedor, que era cristiano, confirmó las noticias de Chilo, y dijo á Vinicio que Lino habíase ido en unión de Clemente, el prelado superior, á Ostrianum, en donde Pe-