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QUO VADIS

dro debía bautizar á una multitud de confesores de la nueva fe.

En ese barrio de la ciudad, sabíase por los cristianos, que Lino había dejado desde hacía dos días á un cierto Gayo á cargo de su morada.

Para Vinicio esta era una prueba de que ni Ligia Li Ursus habían quedado en la casa, y de que ellos también ha brian partido para Ostrianum.

Y esta idea le confortó sobremanera.

Lino era un anciano para quien sería difícil caminar diariamente hasta la distante Puerta Nomentana y luego regresar al Trans—Tiber; de ahí el que fuera probable que durante esos días se hospedase fuera de las murallas en casa de algún correligionario y en compañía de Ligia y de Ursus.

Y así habrían escapado del incendio, el que en general, no había alcanzado, hasta la opuesta ladera del Esquilino.

Vinicio veía en todo esto, la mano providencial de Cristo velando sobre él, y su corazón rebosaba más que nunca, amor y gratitud. Y protestaba desde lo intimo de su alma de que sabria pagar aún cuando fuese con la propia vida tan evidentes señales de protección.

Pero eso le impedía con mayor premura á dirigirse á Ostrianum.

Quería encontrar á Ligia, y á Lino, y á Pedro; y llevárselos lejos, muy lejos, á una de sus propiedades, á Sicilia, si posible fuera.

Que se quemara Roma entretanto; al cabo de unos cuantos días, no seria la ciudad sino un montón de escombros. ¿A qué permanecer, entonces, como espectadores de tamaño desastre, y en medio de un populacho enfurecido?

En sus tierras, multitud de esclavos obedientes les protegerían, y allí encontraríanse en medio de la tranquilidad del campo y viviendo en paz, bajo el ala de Cristo y la bendición de Pedro.