—¡Oh, si pudiera hallarlos al punto!
Pero no era esta una empresa fácil.
Recordaba Vinicio las dificultades que se le habían presentado para llegar desde la Via Apia al Trans—Tíber, y cómo habíase visto en la necesidad de hacer un rodeo á fin de alcanzar hasta la Vía Portuense.
Decidióse, por lo tanto, á rodear también ahora la ciudad en dirección contraria á la que entonces tomara. Yendo por la Via Triumphatoris, seríale posible llegar hasta el puente Emilio, seguir á lo largo del río, pasar de allí al Monte Pincio, todo el Campo de Marte,—por fuera de los jardines de Pompeyo, Lúculo y Salustio,—y abalanzarse por fin, aún cuando fuese á empellones, á la Vía Nomentana.
Sería ese el itinerario más corto; pero Chilo y Macrino le aconsejaron que no lo siguiera.
Ciertamente el fuego no había devorado aún esa parte de la ciudad; pero era posible que todas las plazas, los mercados y calles se hallaran completamente obstruidos por el pueblo y por los efectos y mercancías en ellos amontonados.
Chilo fué de opinión que emprendiera más bien su camino por el Campo Vaticano hasta la Puerta Flaminia, cruzara el río en ese punto y prosiguiese desde allí por fuera de las murallas más allá de los jardines de Acilio, á la Puerta Salaria.
Vinicio, después de un momento de vacilación, asintió á este consejo.
A Macrino érale imposible acompañarle, pues debía permanecer al cuidado de su casa; pero le proporcionó dos mulas que también habrían de servir á Ligia en un viaje ulterior.
Quiso darle asimismo un esclavo; mas Vinicio no lo aceptó, creyendo que el primer destacamento de pretorianos que encontrara en su camino se habría de poner á sus órdenes.