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QUO VADIS

luz del sol, volaban por bandadas y ciegamente, hacia el foco igneo.

Vinicio fué quien primero interrumpió el silencio diciendo: —¿Dónde te encontrabas, cuando estalló el incendio?

—Me dirigía á casa de mi amigo Euricio, quien tenia una tienda cerca del Circo Máximo, y precisamente me hallaba meditabundo acerca de las enseñanzas de Cristo, cuando unos hombres empezaron á gritar: «Fuegol La gente se reunió entonces alrededor del Circo, lo abrasaron por completo y se las vió aparecer además en otros puntos á la vez, todo el mundo vióse precisado á pensar en su propia salvación.

—¿Viste á los individuos que arrojaban antorchas encendidas dentro de las casas?

—¡Qué no he visto yo, joh, nieto de Eneas! Vi á muchos que se abrían paso espada en mano por entre la multitud; y he presenciado combates, y he visto las entrañas de los combatientes pisoteadas en el pavimento! ¡Ah, si de tal cosa hubieras tú sido testigo, te abrías imaginado que los bárbaros acababan de tomarse la ciudad y la estaban pasando á cuchillo!

Muchos gritaban que había llegado el fin del mundo.

Algunos perdieron la cabeza por completo, y en medio de su torpor olvidábanse de huir y aguardaban estúpidamente hasta que las llamas hacían presa en ellos. Unos quedaban como anonadados, otros daban alaridos desgarradores, y hasta había quienes lanzaban gritos de alborozo.

¡Oh, señor! Existen muchas malas gentes en el mundo, que no saben estimar en su valor los beneficios de vuestro suave gobierno, y esas justas leyes, en virttud de las cuales, tomáis de los demás lo que pose—n para dároslo á vosotros mismos. Esas gentes, ya lo véis, no se conforman con la voluntad de Dios!

Vinicio hallabase demasiado absorto en sus propios