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QUO VADIS

pensamientos para hacer alto en la ironía que palpitaba en las palabras de Chilo.

Un extremecimiento de horror habíase apoderado de todo su cuerpo ante la simple idea de que Ligia hubiera podido encontrarse en medio de aquel caos, en alguna de esas terribles calles en que se pisoteaban las entrañas de los vencidos. De ahí que, aún cuando había pedido por lo menos diez veces á Chilo, le refiriese todo cuanto pudiera saber, volvióse ahora de nuevo hacia él y le preguntó: —Pero, díme: ¿los viste en Ostrianum con tus propios ojos?

—Los he visto, si, joh, hijo de Venus! Vi á la doncella, al buen ligur, al santo Lino y al Apóstol Pedro.

—¿Antes del incendio?

—Antes del incendio, si; joh Mitral Pero en ese instante, surgió en el ánimo de Vinicio la duda de si Chilo estaría diciendo verdad ó engañándole.

Y entonces refrenó la mula para acercarse más al viejo griego, y mirándole con aire amenazador: —¿Qué estabas haciendo allí á la sazón?

Esta pregunta confundió á Chilo.

Cierto era que á él, como á muchos, antojábasele que con la ruina de Roma vendría también el fin de la dominación romana. Pero hallábase frente á frente de Vinicio; y recordaba que el joven soldado le había prohibido, so pena de terribles castigos, que espiase á los cristianos, y en especial á Lino y á Ligia.

—Señor,—dijo luego, ¿por qué no quieres creer que los amo? Y así es. Y yo estuve en Ostrianum porque soy casi cristiano ya. Pirrón me ha enseñado á estimar la virtud en más alto grado que la filosofía; de ahí que de día en día me apegue más á las personas virtuosas. Por otra parte, soy pobre; y cuando tú, ¡oh, Jove! te hallabas en Ancio, con frecuencia padecí hambres sobre mis libros. Así, pues, he solido sentarme delante de la muralla de Ostrianum,