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QUO VADIS

tos y fueron adelantándose al través del obscuro pasaje y al favor de la tenue luz de las linternas, hasta llegar á una espaciosa cavidad subterránea, de la cual era notorio que se habían extraído piedras, porque las murallas hallábanse formadas de fragmentos cortados recientemente.

Allí notábase más claridad que en el corredor porque, fuera de los cirios y linternas, había encendidas algunas antorchas. A la luz de éstas vió el joven tribuno toda una multitud de pueblo arrodillado y con las manos levantadas en alto.

No estaban allí ni Ligia ni el Apóstol Pedro, ni Lino, pero le rodeaban rostros en que se advertía un aire solemne y lleno de emoción. En algunos de ellos veíanse pintada la alarma ó la expectación; en otros la esperanza.

La luz se reflejaba en las córneas de sus ojos alzados hácia el cielo; la transpiración corría por sus frentes pálidas; algunos entonaban himnos, otros repetian febrilmente el nombre de Jesús y otros golpeábanse con fervor el pecho.

Era evidente que aguardaban de un momento á otro algún suceso extraordinario.

Entretanto, cesaron los himnos y por sobre toda aquella reunión, dentro de una concavidad ó nicho formado por la remoción de una enorme piedra, dejóse ver Crispo,—á quien Vinicio ya conocía, con el semblante pálido y severo y el aire de un fanático semi—délirante.

Todas las miradas volviéronse á él y en los semblantes todos se pintó el anhelo de escuchar palabras de consolación y de esperanza. Y después de haber bendecido á los presentes empezó á hablar así con voz precipitada, casi tonante: —¡Llorad vuestras culpas, porque ha llegado la hora!

¡Ved cómo el Señor ha enviado sus llamas destructoras sobre la nueva Babilonia, sobre la ciudad del desenfreno y del crimen! Ha llegado el día del juicio, y la hora de la ira y el aniquilamiento. Más no vendrá ya como el Corde-